domingo, 13 de noviembre de 2011

Juicio por la mascre de Trelew



12/11/2011

El 10 de abril de 2012 se hará el juicio por la “Masacre de Trelew”

El juicio por la “Masacre de Trelew” comenzará el 10 de abril del año próximo, así lo confirmó el abogado Eduardo Hualpa, del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), querellante en la causa.

Juzgado. Luis Emilio Sosa, uno de los que estará en el banquillo.
El penalista, en diálogo con Télam, indicó que “de acuerdo al expediente del Tribunal Oral Federal al que tuvimos acceso en la última audiencia, está fijado el 10 de abril del 2012 a las 10 el inicio del debate público”.

Hualpa explicó que “si todo marcha como está previsto, el próximo 22 de agosto, cuando se cumplan 40 años del episodio, ya habrá una sentencia en la que se marquen responsabilidades”.

La fecha se conoció en la última audiencia preliminar, citada en el Juzgado Federal local, en la que amplió su declaración testimonial el abogado David Patricio Romero, quien ofició en su momento como abogado defensor de los presos políticos.

“Estaban citados a declarar además el senador (MC) Hipólito Solari Yrigoyen y la profesora Elisa Martínez, pero no concurrieron por cuestiones personales por lo que declararán directamente en el juicio oral y público”, aclaró Hualpa.

Una audiencia similar tuvo lugar en la Cámara Nacional de Casación Penal el 18 de octubre donde declararon el secretario de Derechos Humanos de la Nación, Eduardo Luis Duhalde y el ex subsecretario de esa misma cartera, Rodolfo Aurelio Mattarollo.

Para el abogado del CELS “ya está todo dispuesto para el juicio oral y público”.

La causa caratulada “Sosa, Luis Emilio; Bravo, Roberto Guillermo y otros s/privación ilegítima de la libertad, torturas y homicidio agravado” fue elevada a los tribunales federales de Comodoro Rivadavia en mayo de 2009. El Tribunal Oral Federal de Comodoro Rivadavia que presidirá el juicio está integrado por los magistrados Enrique Jorge Guanziroli, Nora María Teresa Cabrera de Monella y Pedro De Diego.

Están procesados en esta causa siete cuadros de La Armada: el capitán Luis Emilio Sosa, teniente Roberto Bravo (exiliado en EEUU), capitán Emilio Del Real, el suboficial Carlos Amadeo Marandino, Rubén Norberto Paccagnini (jefe de la base), el almirante retirado Horacio Alberto Mayorga y Jorge Enrique Bautista, este último por el delito de encubrimiento.

En la elevación se le imputó a los procesados el delito de “homicidio doblemente agravado por alevosía y por ser ejecutado con el concurso premeditado de dos o más personas (16 hechos) y homicidio doblemente agravado por alevosía en el grado de tentativa (3 hechos) todos en concurso real”.

La “Masacre de Trelew” ocurrió “en la madrugada del 22 de agosto de 1972, entre las 2.30 y 3.30 cuando Sosa, en compañía del teniente Bravo, el capitán Emilio Del Real y el capitán Herrera (fallecido), se presentaron en el lugar de detención de la base aeronaval Almirante Zar”, relata la elevación.

“Encontrándose como guardia el cabo Marandino, se les ordenó a los detenidos que doblaran sus mantas y sacaran los colchones para que los dejaran en el extremo del pasillo por donde se ingresaba a dicho sector, luego de lo cual se los hizo formar en fila en el pasillo”, describe el auto de elevación.

Las víctimas “estaban orientadas hacia el ingreso del mismo algunos, y otros hacia las celdas de enfrente y disponiendo que miraran hacia el suelo tras lo cual junto con los otros oficiales y suboficiales abrieron fuego contra los detenidos”, indica el texto que el juez Federal de Rawson, Hugo Sastre, dirigió a la Cámara.

Como consecuencia de los disparos fallecieron Rubén Pedro Bonet, Jorge Alejandro Ulla, Humberto Segundo Suárez, José Ricardo Mena, Humberto Adrián Toschi, Miguel Ángel Polti, Mario Emilio Delfino, Alberto Carlos Del Rey, Eduardo Campello, Clarisa Rosa Lea Place, Ana María Villarreal de Santucho, Carlos Heriberto Astudillo, Alfredo Elías Kohon, María Angélica Sabelli, Mariano Pujadas y Susana Lesgart.

La nota aclara que “en el caso de Antonia Berger, Alberto Miguel Camps y Ricardo René Haidar no lograron el resultado de muerte, ya que fueron heridos gravemente y actualmente están desaparecidos en hechos posteriores al relatado”.#
Fuente: La Jornada
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Los héroes de Trelew
Los caídos el 22 de agosto de 1972:

Carlos Alberto Astudillo (FAR). Nació en Santiago del Estero en el 17 de agosto de 1944 (28 años), estudiante de medicina en la Universidad de Córdoba. Detenido el 29 de diciembre de 1970 y brutalmente torturado.

Rubén Pedro Bonet (PRT-ERP). Nació en Buenos Aires el 1 de febrero de 1942 (30 años), casado y padre de dos chicos, Hernán y Mariana, de 4 y 5 años. Perteneciente a una familia muy modesta abandonó sus estudios para ingresar como obrero en Sudamtex y Nestlé. Detenido en febrero de 1971.

Eduardo Adolfo Capello (PRT-ERP). Nació en Buenos Aires el 3 de mayo de 1948 (24 años), estudiante de ciencias económicas y empleado. Detenido cuando intentaba expropiar un auto en febrero de 1971.
Mario Emilio Delfino (PRT-ERP). Nació en Rosario el 17 de septiembre de 1942 (29 años), casado. Estudió ingeniería en la Universidad de Santa Fe. Inició su militancia en Palabra Obrera, que confluiría en el PRT. Abandonó sus estudios universitarios para ingresar como obrero en el frigorífico Swift de Rosario, donde trabajó 5 años. Detenido el 14 de abril de 1970. El V congreso del PRT lo eligió miembro del Comité Central en ausencia.
Alberto Carlos del Rey (PRT-ERP). Nació en Rosario el 22 de febrero de 1949 (23 años), estudió ingeniería química en la Universidad de Rosario, donde se integró al PRT. Participó del congreso fundacional del ERP. Detenido el 27 de abril de 1971.
Alfredo Elías Kohon (FAR): Nació en Entre Ríos el 22 de marzo de 1945 (27 años), estudiaba ingeniería en la Universidad de Córdoba y trabajaba en una fábrica metalúrgica. Formó parte de los comandos Santiago Pampillón y fue fundador de las FAR local. Detenido el 29 de diciembre de 1970.

La fuga del penal - Noticiero de época
Clarisa Rosa Lea Place (PRT-ERP). Nació en Tucumán el 23 de diciembre de 1948 (23 años), estudió derecho en la Universidad de Tucumán, donde se integró al PRT. Participó del congreso fundacional del ERP. Detenida en diciembre de 1970 durante un control de rutina.
Susana Graciela Lesgart de Yofre (MONTONEROS). Nació en Córdoba el 13 de octubre de 1949 (22 años), maestra. Se radicó en Tucumán donde enseñaba y compartía la vida con los trabajadores cañeros. Fue una de las fundadoras de Montoneros en Córdoba. Detenida en diciembre de 1971.
José Ricardo Mena (PRT-ERP). Nació el 28 de marzo de 1951 en Tucumán (21 años), obrero azucarero. Integró los primeras grupos del PRT en Tucumán. Detenido tras la expropiación a un banco, en noviembre de 1970.
Miguel Ángel Polti (PRT-ERP). Nació en Córdoba el 11 de julio de 1951 (21 años), estudió ingeniería química en la Universidad de Córdoba, era hermano de José Polti, muerto en abril de 1971. Detenido en Córdoba, en julio de 1971.

Mariano Pujadas (MONTONEROS). Nació en Barcelona el 14 de junio de 1948 (24 años), fue fundador y dirigente de Montoneros en Córdoba. Participó en la toma de La Calera. Estaba a punto de terminar la carrera de ingeniero agrónomo cuando fue detenido en una redada, en junio de 1971.
María Angélica Sabelli (FAR). Nació en Buenos Aires el 12 de enero de 1949 (23 años), conoció a Carlos Olmedo cuando estudiaba en el Colegio Nacional Buenos Aires. Cursaba matemática en la facultad de ciencias exactas, trabajaba como empleada y como profesora de matemática y latín. Detenida en febrero de 1972 y salvajemente torturada.
Ana María Villareal de Santucho (PRT-ERP). Nació en 9 de octubre de 1935 (36 años), era compañera de Mario Roberto Santucho y madre de tres chicos. Licenciada en artes plásticas por la Universidad de Tucumán. Junto a Santucho empezó a militar en el FRIP (Frente Revolucionario Indoamericano y Popular) que luego confluyó en el PRT. Detenida en un control de rutina en un colectivo.
Humberto Segundo Suarez (PRT-ERP). Nació en Tucumán el 1 de abril de 1947 (25 años), de origen rural, fue cañero, obrero de la construcción y oficial panadero. Detenido en marzo de 1971.
Humberto Adrián Toschi (PRT-ERP). Nació en 1 de abril de 1947 en Córdoba (25 años), trabajaba en una empresa familiar hasta que eligió ser obrero. Detenido, junto con Santucho y Gorriarán Merlo, en una redada el 30 de agosto de 1971.

Jorge Alejandro Ulla (PRT-ERP). Nació en Santa Fe el 23 de diciembre de 1944 (27 años), maestro; abandonó sus estudios para trabajar como obrero en una fábrica metalúrgica. Participó del congreso fundacional del ERP y en la primera operación armada. Detenido junto con Humberto Toschi en Córdoba, en agosto de 1971.

Los sobrevivientes:
Maria Antonia Berger (MONTONEROS). Licenciada en sociología, había sido detenida el 3 de noviembre de 1971. Herida por una ráfaga de metralla logró introducirse en su celda, donde recibió un tiro de pistola; fue la última en ser trasladada a la enfermería. En la fecha de la masacre tenía 30 años. Secuestrada a mediados de 1979.
Alberto Miguel Camps (FAR). Estudiante, había sido detenido el 29 de diciembre de 1970. Eludió la metralla arrojándose dentro de su propia celda, donde fue baleado. En la fecha de la masacre tenía 24 años. Su cuerpo, enterrado como NN en el cementerio de Lomas de Zamora, fue identificado en el año 2000.
Ricardo René Haidar (MONTONEROS). Ingeniero químico, había sido detenido el 22 de febrero de 1972. Evadió las ráfagas de ametralladoras introduciéndose en su celda, donde fue herido. En la fecha de la masacre tenía 28 años. Secuestrado el 18 de diciembre de 1982.
Salvaron sus vidas porque los fusiladores los creyeron muertos. Los tres están desaparecidos.
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DOS NOTAS DEL ARCHIVO SOBRE LA MASACRE Y EL LIBRO DE PACO URONDO " La Patria Fusilada"
22 de agosto, de 1972 a 2011

Año 4. Edición número 170. Domingo 21 de agosto de 2011
Por
Miguel Russo
mrusso@miradasalsur.com

(LEÓN FERRARI) || Conferencia. Susana Lesgart (FAR), Mariano Pujadas (Montoneros) y Rubén Pedro Bonet (PRT-ERP) || La noche del aeropuerto. Luis Emilio Sosa pretende poner orden.

Un homenaje a 39 años de la masacre desatada en la base Almirante Zar de Trelew bajo el gobierno de Lanusse.
Miran al frente, en fila, serenos. No miran la cámara que los fija para siempre en esa fila. Las armas descansan a sus pies como si fueran juguetes rotos. Son juguetes rotos. En el piso, las armas forman otra fila. Duplican otra fila, la de ellos. Serena, la fila, en el piso, pero rota. La otra, la que forman ellos, no. Ellos están ahí porque deben estar ahí. No eligieron la fila: ni la que forman serenos ni la que duplican, rota, sobre el piso. Ellos habían elegido ser una sola montaña, dos filas que se anudaran para buscar otras formas. Serenas, quizás, las formas, pero no rotas. De eso están seguros. Esa fila no, esa duplicación de la fila no. Miran y saben que son mirados. Lo saben aunque no fijen su mirada en la cámara. No tienen tiempo para cámaras. Tiempo. En esos tiempos que corren, las generaciones no tienen tiempo para mirar las cámaras. Esa generación no tiene tiempo. Nadie les regaló tiempo. Lo están buscando, quizás.
Por la forma en que miran, serenos, en fila, dan la sensación de estar haciendo ese tiempo. De estar llevando un tiempo para adelante. Tal vez no lo sepan, pero lo están logrando. De la peor manera, esa fila que mira al frente se transforma en imagen de un tiempo que ya está prefigurado de antemano. Un tiempo que no es el que esa fila estaba haciendo. Un tiempo en que las filas, ya no serenas, duplicadas hasta el infinito, van a estar irremediablemente rotas. Quizás tenga razón Susan Sontag cuando dice que el tiempo existe para que le sucedan cosas. Quizás tenga razón cuando dice, también, que el espacio existe para que esas cosas no le sucedan todas al mismo tiempo.
Quizás en esa fila, en esa imagen de la fila, esa fila serena que mira al frente, se unan todo el tiempo y todo el espacio. Como si todas las cosas les sucedieran a todos durante todo el tiempo. Y a lo mejor es así ese 15 de agosto de 1972.
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El 22 de agosto de 1972, María Antonia Berger está a punto de morir. Dicen que a todos los que están a punto de morir le suceden miles de escenas en la cabeza. Amores, infancia, mascotas, juegos, fragmentos de charlas, olores, calles, sonrisas. A María Antonia Berger le pasa eso. Y no es dolor, es bronca. No le duele el estómago reventado por una ráfaga de ametralladora. Le da bronca que esa mancha roja le manche más de rojo el pulóver rojo. No le duele la mandíbula partida por el balazo con el que el cabo Marandino quiso rematarla. Le da bronca no poder hablar, gritar, mandar a la mierda al cabo. Por el pasillo angosto, sucio, que separa las dos hileras de celdas, caminan dos sombras. Esas sombras son el capitán Luis Emilio Sosa y el teniente Roberto Guillermo Bravo. Una de esas sombras, Sosa, quiere olvidarse de todo y grita como un chico malcriado. “Fue Pujadas –grita–, fue una fuga. Quisieron sacarme el arma, una fuga, Pujadas.” Grita, Sosa, la sombra que es Sosa, que siempre va a ser Sosa. Grita con voz aguda la sombra. Una voz que le cambia a ronca cuando dice, ordena: “una fuga”. María Antonia Berger quiere guardarse las escenas de los amores, de la infancia, de las calles, de los olores, de las charlas, de las sonrisas. Cierra los ojos fuerte para que esas imágenes no se le vayan, no la dejen ahí, sola, tirada en el piso de una de las celdas. “Pucha”, piensa María Antonia Berger mirándose el pulóver rojo roto. “Me muero”, piensa. Y no es el dolor, es la bronca la que la hace mojar su dedo en la mancha roja. Esa mancha roja que tiñe más de rojo todavía los bordes del pulóver roto. Y con el dedo manchado de rojo escribe en el piso “lomje”. “Lomje”, escribe con bronca, con todas las escenas en la cabeza: libres o muertos, jamás esclavos.
Después, como en un sueño, escucha que llega un juez, que ese juez pregunta qué es todo eso y que la sombra de Sosa, esa sombra que Sosa será para siempre, repite, ordena, dice: “una fuga”. María Antonia Berger escucha, como en un sueño, que el juez manda buscar una ambulancia. “Urgente”, escucha Berger desde su sueño. La sombra que es y será Sosa putea de costado, como escupiendo la puteada, y le hace una seña a la otra sombra que es Bravo para que cumpla el pedido del juez. La sangre se va secando en el piso de la celda, al lado de María Antonia. “Lomje”, lee, apenas, como si el sueño siguiera, María Antonia Berger. Entonces, sin dolor, con bronca, se queja para que alguien sepa que está viva. Que las escenas no la dejaron sola.
***
Dicen, y dicen los que saben, que esos no eran tiempos de calma. Dicen que eran tiempos de pasión, violentos como toda pasión. Ideológicamente violentos, apasionados. Al radical Arturo Illia lo había derrocado un golpe militar en 1966. Las fotos de los diarios de 1966 mostraban a un Illia abrumado mientras era sacado de la Casa de Gobierno como si se tratara de un mal sueño, de un alumno medio travieso al que hay que disciplinar para que aprenda. Illia debía aprender que con los medicamentos no se juega. O, mejor, que con los dueños de los laboratorios que venden esos medicamentos no se juega. Mejor aún, que con las multinacionales de la salud no se juega. Como con ninguna multinacional. Juan Carlos Onganía, un militar que calzaba bigote y fascismo con igual prestancia, iba a ser el encargado de enseñarle. Y, de paso, enseñarle también al país que las ideas raras se solucionaban con una buena dosis de bastonazos. A Onganía, su bigote y su fascismo, lo sucedió otro militar, un azorado Roberto Marcelo Levingston. Un Levingston anodino que poco y nada sabía del asunto, pero que cumplía solícito con los mandatos del palo y el capital. Un Levingston solícito que, solícito como siempre, dejó paso a otro militar, liberal, esta vez, Alejandro Agustín Lanusse.
Dicen, y dicen los que saben, que en 1972 Lanusse peleaba contra un exiliado Juan Perón en la búsqueda de una solución democrática (y los que saben, cuando dicen democracia, le ponen comillas a la palabra) al candombe del país. Dicen que para Lanusse, el candombe del país tenía una pata fuerte en las organizaciones guerrilleras que combatían a su gobierno. Poco le importaba a Lanusse que esas organizaciones fueran de distinta raíz ideológica. Para un militar liberal, argentino y liberal, le da lo mismo el socialismo que el peronismo, el maoísmo que el marxismo, la v corta o el puño en alto. Para un militar liberal, argentino y liberal, las organizaciones guerrilleras –y los que colaboran con ellas, y los que simpatizan con ellas, y los que conocen algo de ellas, y los que no saben nada de ellas, y los que desconocen todo sobre ellas– son el enemigo. ¿Qué le importaba a Lanusse –ese militar liberal y argentino– si las diferencias entre esas organizaciones guerrilleras tenían como centro de todo al hombre que desde 1945 era protagonista principal de la política nacional? ¿Qué le importaba a Lanusse –militar argentino y liberal– cómo caracterizaban las organizaciones guerrilleras a Perón y su justicialismo? Eran el enemigo. Un enemigo que atentaba contra su sueño de enquistarse en el gobierno a través del Gran Acuerdo Nacional. Un acuerdo que jugaba todas las cartas al aislamiento de las organizaciones guerrilleras. El enemigo. Y dicen, los que saben, que para un militar liberal y argentino, el verdadero enemigo, que puede estar detrás de las organizaciones guerrilleras, es la pérdida del poder.
***
A Rawson, en Chubut, la rodea el desierto. Buenos Aires le queda a mil quinientos kilómetros. Lanusse y su junta militar, que pisa en Buenos Aires y a Buenos Aires, pisa también a Chubut y a Rawson. Pero Rawson no es Buenos Aires, no es ese sueño raro que muchos llaman Buenos Aires. Rawson es otro sueño, tan o más raro que otras ciudades. Un sueño cercado por la nada. Y hacia esa nada Lanusse manda lo que no quiere que exista. Lo que Lanusse, con su poder, decide que no exista va a parar ahí: sindicalistas, guerrilleros, presos políticos, sueños que no son. O, mejor, que para Lanusse y su junta militar liberal y argentina no deben ser. En esa nada, allá por abril de 1972, hay más de doscientos sueños que no deben ser. Sueños que rodea el desierto. Los que viven en ese sueño llamada Rawson ven llegar a esos sueños que no deben ser. Saben que Lanusse los mandó ahí para aislarlos del país entero. Pero saben también, y la repiten, una verdad atroz para cualquier militar liberal y argentino: “la taba le salió culo”. Ahora, esa nada llamada Rawson se transformaba en parte de esa nada llamada Argentina. “La taba le salió culo”, dicen los pobladores de ese sueño. Lanusse no, Lanusse dice que desde ahí es imposible escaparse. Liberal y militar, desconoce una regla de oro de la cárcel: el detenido tiene un solo objetivo, un solo deber, escaparse.
En eso piensan los más de doscientos sueños que, para Lanusse, no deben ser.
El plan tarda meses en estar listo. Pero en la cárcel hay tiempo. Y el tiempo se aprovecha pensando, discutiendo, planeando. Dicen: aprovechándolo. Los seis sueños que dirigen la operación para fugarse son las cabezas de tres organizaciones guerrilleras distintas. Hay marxistas como Mario Roberto Santucho, Domingo Mena y Enrique Gorriarán Merlo. Hay marxistas-peronistas como Roberto Quieto y Marcos Osatinsky. Hay peronistas como Fernando Vaca Narvaja.
Sueñan demasiado para no ser. Sueñan que consiguen un uniforme de oficial del ejército y lo consiguen. Sueñan que consiguen algunas armas cortas y las consiguen. Sueñan que hacen con jabón y con madera otras armas de juguete y las hacen. Y las armas de juguete son más reales que las de verdad. Todo es posible cuando sueñan.
Desde afuera, desde esa nada que los rodea, sueñan que van a llegar camiones y autos para sacarlos de ahí. Y saben que afuera, donde se pueden conseguir camiones y autos, también se sueña. Y siguen soñando que un avión los va a sacar del país, de ese mal sueño que muchos llaman, en 1972, Argentina. Sueñan, esos sueños que para Lanusse no deben ser, el orden de fuga de los distintos grupos: seis primero, diecisiete después, ciento veinte por último. De Rawson a Trelew, al aeropuerto. De Trelew a Chile, ese sueño socialista que Salvador Allende hacía llamar, con mayúsculas, Chile. Y, desde allí, continuar el sueño que desvelaba a Lanusse y a todos los militares liberales y argentinos.
Todo había sido soñado por esos sueños que no debían ser. Todo, menos un almuerzo, justo ese almuerzo del martes 15 de agosto.
–Hace meses que comemos cordero, Roby –le dice, inquieto, Gorriarán a Santucho–. ¿Justo hoy tenían que darnos asado de vaca?
–Puro pedo, Pelado, puro pedo –lo calma Santucho–. Pero no comamos demasiado, vamos a tener que correr bastante.
Otro sueño que no debía ser para Lanusse, el dirigente sindical Agustín Tosco, preso como si pudiera estarlo alguna vez, come como siempre. “Yo no voy con ustedes”, dicen que dijo Tosco. “Estoy a favor de la fuga, pero a mí sólo puede liberarme la lucha popular”, dicen que dijo Tosco. Y debe haberlo dicho, nomás, porque mientras lava su plato de aluminio, hace un gesto breve, sonriente, deseando suerte a esos otros sueños que se preparan para ser a pesar de Lanusse.
Las seis y media de la tarde es una hora como cualquiera para soñar que se es y empezar a serlo. Las seis y media de la tarde de ese 15 de agosto es la hora en que empieza todo, en que el torbellino se pone en marcha. Es la hora en que Marcos Osatinsky sueña y da la orden de empezar a ser. Una hora después, el penal de Rawson sigue rodeado por el desierto, pero ahora tomado por los presos que esperan los coches para irse.
Los presos comunes, las manos aferradas a los barrotes, sonríen en silencio mientras ven pasar a ese grupo de sueños que se van para ser. Tosco sonríe en silencio, las manos aferradas a los barrotes como los demás. Sueñan los presos comunes en esos sueños. No saben cómo explicarlo, pero alientan esos sueños en silencio. Cada uno piensa en el sueño de manera distinta, personal, sólida. Esos sueños se les hacen realidad, toman formas, se hacen cuerpos. Y, como cuerpos, se hacen sueños que se van para ser. Y las manos aprietan un poco más los barrotes. Ninguno habla, ninguno dice nada. Saben. Pero una equivocación de señales, una mala interpretación, una de esas cosas que en los sueños por ser pueden suceder, sucede. No todos los vehículos entran a la cárcel. El primer grupo de seis sale en el único auto que entró.
El segundo, ahora de diecinueve, llama tres taxis desde la cárcel fingiendo un traslado de oficiales. Los otros ciento veinte vuelven a los pasillos, la vista de los presos comunes en el piso, las manos aferradas aún a los barrotes, en silencio, sin decir nada, con el sueño un poco machucado. Y mientras el primer grupo llega a tiempo al aeropuerto para abordar el avión controlado por otros guerrilleros, el grupo de los taxis se demora.
Cruzan la ciudad, haciendo el recorrido más largo, para evitar la base naval Almirante Zar. Uno de los coches se retrasa, los que viajan en los otros dos deciden esperarlo. Ninguno llega a tiempo. El grupo de diecinueve prófugos toma el aeropuerto, pero ya no hay avión. Ni el que se fue, ni ninguno que vendrá. Entonces, piden la presencia de un juez, de abogados, de médicos y de periodistas para entregarse a las tropas que, al mando del capitán Luis Emilio Sosa, ya rodeaba la estación aérea.
La cámara de televisión que llega al lugar y transmite, lo muestra. Sosa, una sombra con ropa de combate y casco en la nuca, grita como un chico malcriado, da órdenes, se enfurece ante dos jóvenes: Mariano Pujadas y Susana Lesgart. Lesgart, para peor, lleva un fusil en las manos. “Un fusil en las manos de una mujer –piensa Sosa, la sombra de Sosa–. Eso es un ultraje a la Armada.” No piensa más y grita, Sosa, no sabe hacer otra cosa que gritar. Pujadas, a menos de un metro de distancia, lo mira fijo: “Calma. Hablemos como personas. Vamos a rendirnos y volver al penal de Rawson, pero sin gritos”. Entonces los diecinueve forman la fila, miran al frente, serenos. Forman una fila duplicada con las armas en el piso. La cámara dispara, está la foto, y ellos siguen mirando de frente.
Sosa, a pesar de “su victoria”, sabe, comprende, y comprender lo enfurece, que lo están dejando como un pelotudo frente a su tropa.
Había un pacto, pero se rompe. En lugar de volverlos a Rawson, los 19 prisioneros son trasladados a la Base Aeronaval Almirante Zar, en Trelew. Había una determinación: Lanusse, mal parado por la fuga de lo que el suponía esa nada de la cual ningún sueño que no debía ser podía escaparse, decide el “escarmiento”. Trelew, Rawson, Buenos Aires, Chile, el mundo entero sabrá de lo que es capaz un militar liberal y argentino. Sosa, esa sombra que es y será siempre Sosa, va cumplir una orden, claro, pero también se va a dar un gusto.
***
Con el lenguaje despiadado de todos los comunicados oficiales, Lanusse dice, manda decir, más o menos, que en la madrugada del 22 de agosto de 1972 se produjo un nuevo intento de fuga de los guerrilleros que habían querido huir el día 15. Con el lenguaje brutal de todos los comunicados oficiales, Lanusse dice, manda decir, que durante una requisa de rutina a las tres y media de la madrugada del 22 de agosto de 1972, Mariano Pujadas reduce al capitán Sosa (y el comunicado no habla de la sombra que es Sosa) y le arrebata su pistola ametralladora. Con el lenguaje torpe y mentiroso de todos los comunicados oficiales, Lanusse dice, manda decir, que luego, con Sosa como escudo y Pujadas disparando, todos los guerrilleros avanzan contra la guardia. Quiere hacer creer Lanusse, con el lenguaje despiadado, brutal, torpe y mentiroso de todos los comunicados oficiales, que los guerrilleros avanzaron hacia los disparos de los marinos que custodiaban la única salida del único y estrecho pasillo en el que estaban las celdas. Dice, el comunicado oficial y su lenguaje, que hubo once muertos de manera inmediata. Calla que tres más murieron desangrados y sin atención a las pocas horas de los disparos. Y que tres sobreviven con varias balas en su cuerpo.
María Antonia Berger era uno de esos sobrevivientes. Sosa, la sombra que es y será para siempre Sosa, camina por el pasillo gritando que se trató de una fuga. María Antonia Berger no siente dolor, siente bronca y mira cómo se ensancha la mancha roja en su pulóver rojo. Cierra los ojos para que no se le vayan las escenas: amores, infancia, calles, olores, charlas, sonrisas. Escucha algo, escucha la palabra “ambulancia”, se queja para que sepan que está viva.
Sobrevivirá, junto a los otros dos sueños que para Lanusse no deben ser, unos años más, hasta que otros militares, tan de bigote y fascismo como Videla, tan liberales y argentinos como Lanusse, decidan que no tenga razón Susan Sontag, aunque no la conozcan ni sepan lo que dice, cuando dice que el tiempo existe para que le sucedan cosas. Que no tenga razón cuando dice que el espacio existe para que esas cosas no le sucedan todas al mismo tiempo.
Porque quizás en esa fila serena que mira al frente se unan todo el tiempo y todo el espacio que iba a venir. Como si todas las cosas les sucedieran a todos durante todo el tiempo que iba a venir. Como si esa fila serena, que mira al frente, que duplica otra fila de armas en el piso, como rotas, siga marcando el inicio de algo que nunca debió ser.
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Martes, 21 de junio de 2011
CULTURA › SE REEDITA, ACTUALIZADO, EL LIBRO LA PATRIA FUSILADA
“La verdad se está abriendo camino”
El trabajo registra la entrevista que Paco Urondo les hizo el 24 de mayo de 1973 –un día antes de la asunción de Cámpora– en la cárcel de Devoto a los sobrevivientes de la masacre de Trelew. La reedición se presentará este jueves en el Archivo Nacional de la Memoria.

Paco Urondo también estaba detenido en el momento en que hizo la histórica entrevista.

Por Facundo García
María Antonia Berger tenía un balazo en el estómago y otro en la mandíbula. A su alrededor los marinos inspeccionaban a los prisioneros que acababan de fusilar, y si los veían respirar los remataban. “Pero entonces agarro, y con el dedo y con la sangre –me acuerdo que mojo el dedo– empiezo a escribir en las paredes (...) ‘L.O.M.J.E’, es decir, ‘libres o muertos, jamás esclavos’. Y había escrito ‘papá, mamá’, y no sé qué más”, le contaría luego al poeta, periodista y escritor Paco Urondo. Su relato, como los de los otros dos sobrevivientes de la masacre de Trelew, fue transcripto por Urondo en La Patria fusilada, obra que acaba de reeditar Libros del Náufrago y que se presentará el próximo jueves a las 19, en el Archivo Nacional de la Memoria (Av. del Libertador 8151), con la presencia de Javier Urondo, Raquel Camps, Horacio Verbitsky y Daniel Riera.
La charla que dio forma al texto se produjo el 24 de mayo de 1973, un día antes de que Héctor Cámpora asumiera la presidencia y decretara la libertad de los presos políticos. El entrevistador –que también estaba detenido– se reunió en una celda de Devoto con Berger, Alberto Miguel Camps y Ricardo René Haidar, los únicos que habían logrado escapar de los crímenes del sur. Urondo quería que describieran cómo había sido la fuga del penal de Rawson, de qué manera los habían atrapado y quiénes habían asesinado a los cautivos en la base Almirante Zar.
El intercambio con los “fusilados que viven” –parafraseando una expresión de Rodolfo Walsh– se extendió a lo largo de la noche. Es que en Devoto se vivía un clima especial: con la llegada de la democracia, se suponía que las cosas iban a dar un vuelco; de modo que los militantes pudieron explayarse hasta las cuatro o cinco de la mañana sin que nadie los molestara. Repasaron cuáles habían sido los preparativos para reducir a los guardias de la cárcel patagónica, el mecanismo para tomar el lugar y el plan que –en teoría– iba a permitir el escape masivo. De hecho, en aquella jornada del 15 de agosto de 1972 hubo seis dirigentes que consiguieron copar un avión y llegar a Chile. Pero en el aeropuerto quedaron, sin chance de resistir, veintidós fugitivos que fueron conducidos a una base naval. A los pocos días los acribillaron.
Todos los que habían ido a parar a la base eran ahora cadáveres. Todos, excepto esos tres que conversaban con Urondo en la madrugada de Devoto, enlazando de a pedazos la versión no oficial de lo ocurrido. Así, las preguntas y respuestas articularon una crónica que mantiene al lector de hoy agarrado de las vísceras. Si el documental Trelew (Mariana Arruti, 2004) recuperaba los acontecimientos a partir de un registro polifónico, La Patria fusilada se anticipó desde una multiplicidad cruzada por el género –los informantes son dos hombres y una mujer–, la posición política –Camps y Berger eran de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), Haidar de Montoneros– y las biografías personales. En los tramos más duros, se adivina el germen de una violencia militar masivamente desbocada. Tanto es así que treinta y ocho años más tarde no queda ni uno solo de los que hablaron aquella vez. A Urondo y a Camps los mataron. Berger y Haidar están desaparecidos. Quedan sólo los lectores, los compañeros de lucha y las familias.
Consultada por este diario, Angela –que es hija de Paco y está peleando porque se le reconozca el apellido– confiesa haber descubierto el libro “de grande”. “Me enteré cuando ya era adulta. La familia que me adoptó me decía que mi viejo había sido economista”, comenta la mujer, que es ilustradora y puso su granito de arena en el arte de tapa para la nueva edición. En cambio Raquel Camps, hija de Alberto, afirma que el contacto fue en su adolescencia. “Era chica y leía buscando datos sobre mis padres, que se conocieron justamente en el penal de Rawson. Más adelante entendí que aquello era el testimonio de un tiempo clave, a medio camino entre una tragedia que terminaba y otra que estaba por empezar”, sostiene. Camps admite que le daba tristeza que el libro no se reeditara. “Me generaba bronca que los pibes no pudieran estudiarlo. Esperemos que ahora se solucione. Por lo pronto, fue conmovedor haber visitado la base y la cárcel con este documento en la mano, y sentir que la verdad se abre camino.”
El volumen es el primero de la colección Crónicas del Continente, que dirige Daniel Riera. Se ha respetado la edición original de Crisis de principios de los setenta, con dos poemas de Juan Gelman, la desgrabación de la conferencia de prensa que los rebeldes dieron cuando los acorralaron y una entrevista que hizo in situ el periodista Daniel Carreras. Se han añadido notas al pie para dar detalles del contexto, y al capítulo Los caídos –que mostraba la nómina de fusilados– se sumó Los caídos 2, que brinda datos acerca de las cuatro personas que intervienen en el diálogo. El último apartado se denomina Los Juicios y da cuenta de las acciones judiciales que se están llevando a cabo contra los asesinos de Urondo y los autores de la masacre de Trelew.
Textual
“Estábamos en una celda pequeña, de ésas donde caben apenas dos camas dobles, un wáter, una piletita, con una reja arriba, alta, grande. Yo estaba sentado en una mesa, frente a los tres. No me moví para nada. Sentados, delante de mí, estaban Alberto Camps y María Antonia Berger. En una cama, al costado, el ‘turco’ Haidar, acuclillado. Hablábamos todos muy bajito, lentamente. Nadie se movía, casi. Como si estuviéramos pegados, como si estuviéramos amarrados por algo. El recuerdo de todo eso nos amarró. Los tres hablaban tranquilamente, serenamente, sin gestos dramáticos. Claro, había cosas. En algunos momentos, la mirada de María Antonia. O la de Alberto. Muy significativas. El gesto más enfático, el ademán más dramático, lo produjo Haidar. Fue cuando María Antonia relataba cómo se sentía después de que la balearon en Trelew. Cuando siente que se va a morir y piensa que no es tan duro, y dice que siempre ha estado preocupada por cómo se sintió su compañero cuando murió y que se alegraba mucho pensando que no lo habría pasado tan mal, dentro de todo, que no era tan espantoso. Lo único que hizo Haidar, el gesto más ‘ampuloso’, digamos, fue taparse la cara con las dos manos. Eso fue todo y, evidentemente, no era un ademán enfático. Había una gran contención y yo sentía que debía ser muy delicado con ellos, como si ellos, en ese momento, fueran muy frágiles.”
Archivos para una muestra
La Televisión Pública, junto a la Dirección de Cultura de la Universidad de La Plata, está presentando Siempre en Nombre de la Alegría, una muestra con objetos y escritos de Paco Urondo. La exhibición permanecerá abierta hasta el 30 de junio, de 8 a 20, en el edificio de Canal 7 (Figueroa Alcorta 2977), con entrada libre y gratuita.
La colección reúne elementos que aportó la familia, con curaduría de Miremont-Esterelles en coordinación con el canal. “Recorrer los archivos de este hombre que nació en Santa Fe en 1930 y murió asesinado en 1976 es descubrir que la pluralidad de actividades que encaró en su vida tienen un hilo conductor que nunca se corta: el profundo amor que entregaba y la capacidad de encontrar la belleza y el disfrute en lo pequeño y en lo grande; en lo superfluo y en lo importante”, explicaron los organizadores.

Fuente: Pagina 12

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